Cuando me cruzo con alguien por la calle, cuando cojo el ascensor para subir al piso, cuando se me coloca alguien junto en el autobús, siento a veces unas ganas irreprimibles de quitarme de su lado porque intuyo que me van a cargar negativamente, que van a desgajar una parte de mi magnetismo positivo y optimista que cuesta conseguir. Y pasa, ¿por qué? Pues no lo sé. Pienso que han perdido la alegría interna que necesitamos para enfrentarnos a la vida sin amargarle a otro el rato que coincide con nosotros. Algunos de estos deben de ser aquellos tipos que andan midiéndolo todo por su supuesto valor en venta, y nunca por lo que nos aportan para nuestra existencia. Yo no estaría triste por no tener un diamante, ni mucho menos porque otro lo tuviera. Poseo un buen valor que es saber disfrutar con lo que tengo y nunca entristecerme por lo que le veo a los demás. Otros tipos de esos son a los que nunca han dejado vivir las restricciones que les han impuesto los demás y ahora quieren ser ellos los que las impongan. Son todos ellos tipos oscuros.
Me acuerdo de cuando un día salía de un bar de desayunar y, aún dentro del establecimiento, me crucé con un ciego vendedor de cupones, que al pasar se paró y se volvió y me dijo: ¡Oiga, va usted cargado de buen magnetismo! Y el caso es que era y sigue siendo cierto.
Pasar un buen día.