La tempestad

La otra noche que estaba lluviosa y tormentosa, caminaba con unos amigos por una avenida de un pueblo cercano, avenida flanqueada por unos árboles enormes y grandísimos; unos eucaliptos que deberán tener entre 50 ó 60 años por su tamaño y porte. El temporal nos azotaba ya de lleno. Las rachas de viento nos empujaban al tiempo que zarandeaban las ramas y permitía escuchar ese sonido carácterístico que se produce en zonas de grandes árboles al golpear sus hojas unas con otras. La lluvía amenazaba de nuevo con el comienzo de otro fuerte chaparrón.

Nosotros, ajenos al temporal, avanzábamos hacia un cercano bar de copas, hablando de nuestras cosas, distraidos y ajenos a los peligro del tiempo, cuando de improviso, en las alturas, se oyó un crujido de ramas que se quebraban a causa del viento.

-¡Cruuuk! ¡Cruuuk!¡Cruuuk!

En la oscuridad era imposible situar con precisión por dónde caían las ramas. Los crujidos se multiplicaban y cada vez se sentían más próximos. Fueron unos instantes de duda, no se sabía hacia que zona ir para estar seguro. Mirábamos para arriba buscando algún movimiento que nos indicara la situación del peligro. Unos segundos que duraron más que muchos otros. Los crujidos se incrementaban.

- ¡Cuántas formas distinta hay de vivir el tiempo!

Al poco vimos, a unos metros delante nuestra, caer y golpear con dureza al suelo a una gigantesca rama del tamaño propio de un árbol, acompañándole iban muchas otras que había ido segando en su caida. Al instante respiramos, estuvo cerca pero por suerte no nos golpeó. Después nos alejamos de allí. Ahora entiendo que haya gente que muere al caerles encima una rama de un árbol, no es fácil en todas las situaciones captar por dónde cae.

Hasta Luego