Salimos de la ciudad y fuimos a la playa, el cielo estuvo claro y soleado. La gente paseaba unas por el paseo marítimo y otras abajo, por la la arena de playa, aunque sólo había una pareja que se atrevía a estar en bañador. El resto permaneciamos con la ropa propia de este tiempo en el que aún no ha llegado el frío propio del invierno. Todo transcurrían según un día de fin de semana de noviembre, es decir, algo más aburrida de lo que deseaba. Contemplabamos el mar sentados en una terraza del paseo marítimo, cuando comenzamos a observar una situación extraña. ¿Qué hacía un hombre que apoyaba un tramo de escalera en una de las palmeras de allí? Algunas gentes detuvieron su paseo y se quedaron contemplando la escena. Nosotros también nos acercamos.
¡Qué ridículo era aquello! El hombre intentaba que un gato subido a la copa de una palmera se bajara de allí, ayudándole con una escalera. Y el gato tocaba con una de sus patas el extremo superior de la escalera sin intentar siquiera subirse a ella. Estaba muy asustado y no veía mayor seguridad en aquel escalón con el que le tentaban que en la posición que tenía. El hombre seguía manteniéndola a pulso por si al gato le daba por aceptar la salvación que le ofrecía. Así siguió incansable, al menos eso me pareció a mí, hasta que apareció otro hombre con un segundo tramo que, una vez lo unió al anterior, le permitió disponer de una escalera lo suficientemente larga como para subirse llegar hasta el gato, cogerlo con sus manos, y llevarselo abajo, cosa que hizo con la mayor agilidad. Se conoce que era suyo, pues en vez de soltarlo se lo llevó con él abandonando el paseo marítimo.
¡Qué ridículo era aquello! El hombre intentaba que un gato subido a la copa de una palmera se bajara de allí, ayudándole con una escalera. Y el gato tocaba con una de sus patas el extremo superior de la escalera sin intentar siquiera subirse a ella. Estaba muy asustado y no veía mayor seguridad en aquel escalón con el que le tentaban que en la posición que tenía. El hombre seguía manteniéndola a pulso por si al gato le daba por aceptar la salvación que le ofrecía. Así siguió incansable, al menos eso me pareció a mí, hasta que apareció otro hombre con un segundo tramo que, una vez lo unió al anterior, le permitió disponer de una escalera lo suficientemente larga como para subirse llegar hasta el gato, cogerlo con sus manos, y llevarselo abajo, cosa que hizo con la mayor agilidad. Se conoce que era suyo, pues en vez de soltarlo se lo llevó con él abandonando el paseo marítimo.
Rescate concluido.
1 comentario:
Como en las pelis ;)
UN besazo!
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