Esperaba esta tarde en la caja del supermecado, pocas personas en la cola, hacía aún demasiado calor y casi nadie había en la calle. La mayor parte prefería disfrutar de sus casas heladas por esos aparatejos del aire acondicionado que son casi congeladores con ventilador, programador y termostato, que han encontrado un hueco en las edificaciones de uso cotidiano.
Esperaba que llegara mi turno, cuando a la atractiva mujer que estaba delante mía le pidieron once euros y treinta y dos céntimos, ella sacó un billete de cincuenta para pagar y se lo dió al cajero.
- ¿No tiene otro más pequeño? Le voy a tener que devolver muchas monedas de un euro porque no tengo billetes de cinco. Dijo el cajero.
-Es lo único que llevo. Le respondió la mujer enseñándole el interior del monedero.
- Hoy todo el mundo ha venido con billetes de cincuenta. Bueno si tiene suelto un euro y los treinta y dos céntimos.
- Vamos a ver. Sí, toma: uno con treinta y dos.
-Una vez vino uno con uno de doscientos euros para pagar tres euros y pico. Dijo el cajero mientras abria la caja y colocaba las monedas y el billete que la mujer le había dado, sacando para la darle la vuelta.
- Yo es que mataba al que haya hecho esos billetes. Dijo ella.
Yo me quedé diciéndome que qué culpa tendrá el que hizo los billetes con que no hubiera vuelta.
Después entiendo algo más lo que la señora quiso decir, que creo que no es otra cosa que los billetes de 50 euros se sacan y duran poquísimo. Y no se ganan tan fácilmente.