Los mosquitos tienen una rara predilección por mí. Es tanta mi atracción irresistible que como entre uno en la casa, ese se va a mi cuarto, seguro, seguro, a fastidiarme el sueño. Porque mira que resulta molesto el zumbido de un bichejo de esos en medio de la noche. Y mira que resulta difícil localizarlos cuando por fin he reaccionado encendiendo la luz. Y mira que me da alegría darle con la palma abierta y espachurrarlo en la pared. Y que pena me da de ver la sangre que dejan en la pared porque era sangre mía que me acababa de sacar en una picada mientras dormía. Y como me alegro de que su glotonería haya sido su perdición porque si se hubiera contentado con lo que me sacó no me hubiera despertado en su último vuelo rasante sobre una de mis orejas. Pero que rabia me dá cuando se me escapa del golpe que le había destinado. Y que rabia me da que digan que son las hembras las que pican, yo no las distingo, sólo son mosquitos que me molestan mientras duermo.
Pero resulta que desde hace un tiempo para acá estoy viendo unos mosquitos que me impresionan por lo grande que son. Deben de ser como dos veces más largos que los normales, aunque son más torpes y bobos que los otros, ¿qué habrán comido para crecer tanto? Hoy mismo, he liquidado uno en el cuarto de baño. Menos mal que, hasta ahora, estos siempre los he cazado antes de irme a dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario