La otra tarde entré en un supermercado que han abierto hace muy pocos días, al principio había pocos clientes pero a medida que fueron pasando los minutos, estos fueron creciendo hasta convertirse en muy numerosos. Es un supermercado de una empresa exitosa valenciana. Estábamos los que como yo íbamos a por cuatro cosas concretas además de echarle un vistazo a otras por si nos interesaban y los que iban a llenar el carro. Lo sorprendente es que mientras estoy en la cola de una caja situada próxima a la puerta del negocio, y me distraigo mirando una de las cajas que había cogido, escucho al cajero dar unas voces:
-¡Eh! ¡Eh, oiga adonde va! ¡Estese quieto!
Al tiempo que deja la caja y se dirige hacia la puerta del local. Yo no sabía lo que pasaba, me había cogido distraido con las cosas que compraba, aunque me situé cuando le escuché decir:
-¡Se ha ido el tío! ¡Ha salido corriendo y no me ha dado tiempo a nada! ¡Iba sujetándose unas cosas que llevaba aquí escondidas! Se lamentaba mientras hacía señas con las manos de que las ocultaba en la zona de la barriga. Ya es el tercero de hoy. Yo ya no vuelvo a decirle nada a ninguno porque ya me han amenazado hoy. ¡Qué pongan un segurata ahí en la puerta! ¡Yo no vuelvo a decirle a ninguno nada que ya me han amenazado! Repetía visiblemente alterado.
Al rato aparece el encargado, con cara de malas pulgas, y sale del negocio intentando ver al individuo. Mientras el cajero le decía:
¡Ya no lo vas a ver, si se ha puesto en la esquina de allí enfrente en un segundo!
El encargado entró y el cajero seguía diciéndole al compañero de la otra caja lo mismo de antes:
-¡Yo no vuelvo a decirle a ninguno nada que ya me han amenazado hoy!¡Qué pongan ahí en la puerta a un segurata!
El caso es que el cajero tiene razón, allí lo que hace falta es uno de seguridad que se imponga para evitar esos robos. Porque las cámaras que hay grabarán al ladrón pero no van a evitar que esa gente siga entrando y haciendo de las suyas. Seguro que el próximo día que vaya ya habrá uno allí colocado.
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